Un miércoles de noviembre, en una sucursal de un banco cualquiera. Son las 9 A.M. y no hay nadie haciendo cola en ninguno de los mostradores de atención al público.
Entra un cliente y se dirige a una joven oficinista:
- Me gustaría hacer un ingreso.
- Puede usted hacerlo en el cajero.
- Ya, pero me gustaría hacerlo con usted.
- Por favor, sígame, es muy fácil-, y se levanta para indicarle cómo se hace.
- Da igual, déjelo-, dice el cliente perplejo mientras se dirige a la salida.
- ¡Oiga! ¡Si usar el cajero para hacer un ingreso es muy fácil!-, insiste la oficinista. Pero el cliente ya ha abandonado la sucursal con un sobre que contiene varios miles de euros.
enTiendas
¿Espacios para vender o lugares para soñar?
miércoles, 22 de febrero de 2012
Atención al cliente equivocado
Era el día de su cumpleaños y el teléfono volvió a sonar.
- ¿Don Enrique?
- No, creo que se ha confundido.
Pasados unos segundos recordó que alguien le había llamado Enrique en repetidas ocasiones. Sí, fue en la peluquería esa moderna a la que fue a cortarse el pelo la última vez. El peluquero le debió confundir con otro cliente y no cesaba de llamarle “don Enrique” para arriba “don Enrique” para abajo, a pesar de que él insistía en que no se llamaba así.
Al pagar en la caja le había pedido su número de teléfono y su fecha de nacimiento… “es para felicitarle por su cumpleaños… don Enrique”.
- ¿Don Enrique?
- No, creo que se ha confundido.
Pasados unos segundos recordó que alguien le había llamado Enrique en repetidas ocasiones. Sí, fue en la peluquería esa moderna a la que fue a cortarse el pelo la última vez. El peluquero le debió confundir con otro cliente y no cesaba de llamarle “don Enrique” para arriba “don Enrique” para abajo, a pesar de que él insistía en que no se llamaba así.
Al pagar en la caja le había pedido su número de teléfono y su fecha de nacimiento… “es para felicitarle por su cumpleaños… don Enrique”.
Un bombón no se vende
El pasillo de aquel centro comercial era interminable. Había entrado uno a uno en casi todos los establecimientos sin encontrar nada que mereciera la pena.
En la esquina… una pastelería. Decidió entrar y, después de observar un rato, escogió un bombón suelto.
Se acercó al mostrador para pagar y, sonriendo, la dependienta exclamó:
“Un bombón no se vende… se lo regalo”.
En la esquina… una pastelería. Decidió entrar y, después de observar un rato, escogió un bombón suelto.
Se acercó al mostrador para pagar y, sonriendo, la dependienta exclamó:
“Un bombón no se vende… se lo regalo”.
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